jueves, 12 de diciembre de 2013

La Propiedad

Existen lugares en este mundo que por mucho que sean visitados, andados, fotografiados o filmados, pertenecen a un único dueño.
No sirve de nada cambiar el ambiente, las personas o el tiempo. Siempre, su dueño, hará acto de presencia. Un leve destello reflejado en el agua, una estrella fugaz, la brisa tenue, el siseo de las hojas de aquél árbol que, inmóvil, nos contempla. Callado, guardando secretos, sombras, recuerdos en cada surco de su tronco.
La fuente cantarina derramará fresca el agua y su sonido, dirá su nombre. El del dueño. El amo. Aquél que sin pagar hizo suyo su sitio en aquél lugar determinado.
No se lo propuso. Nadie se propone adueñarse de un lugar. Quizás sea el lugar quién te elija, quién te incluya en el paisaje formando parte de sus formas, de su viento, su aroma. Te incruste entre sus piedras y te guarde.
Pude que, a veces, otra persona quiera adueñarse de el. Pretenda, mediante el disfraz, engañar al árbol, la fuente o las piedras. Las campanas, por si a caso, tañerán a arrebato, desde la torre de la iglesia.
¡No es ella! ¡Es otra!¡No es nuestra dueña! Y las buganvillas perderán sus flores fucsias, rojas y amarillas. Revoltearán hasta los pies de la intrusa, en remolinos. Llenarán la fuente de hojas sin vida para que no canten los chorros.
¿No te das cuenta? ¡No es ella! Correrá la voz de esquina a esquina, entrando por los callejones, saltando por las aceras, de dintel en dintel, sentándose en el alféizar de una ventana cerrada.¡No es ella! ¡No es ella...!
¿No ves? Ni su vestido, ni su pelo, ni su nariz respingona, ni sus cejas. Ni sus ojos soñadores. No es ella.
El lugar reclamará a su dueño, a su dueña.
Es entonces, cuando el intruso se siente en lugar hostil. Quiere irse y recula. Sin saber por qué. Siente frío... Y. Es que ese lugar...¡Es mío!