miércoles, 14 de noviembre de 2012

14N Huelga General y La Libertad


La Democracia debería caracterizarse por el respeto y la libertad. Respeto a las ideas de cada uno, su forma de ser, sentir o creencias. Libertad para decidir, actuar y hablar sin miedo y sin que  en el ejercicio de esa libertad propia, se vea constreñida o mermada la libertad de los demás.
Ayer, día 14 de noviembre muchas personas se vieron intimidadas por piquetes, supuestamente informativos(como si en este país hiciera falta que se nos informara de persona a persona). Se que muchos pensarán que los sindicalistas están en su derecho, pero no es así al secuestrar con su ”información” la libertad de todos aquellos que querían trabajar, pasear, tomarse un café en una terraza, ir al teatro o lo que les diera la gana.
Los sindicalistas se olvidan, con mucha frecuencia, que ellos fueron partícipes necesarios en lo que nos está ocurriendo, su desidia y dejadez interesada les convierte en cómplices del desastre al que nos llevó el anterior Gobierno con el Sr. Rodriguez Zapatero a la cabeza( si es que alguna vez la tuvo.Cabeza)
Que ellos pretendan olvidarlo, hasta me parece normal. Nadie quiere tener en su memoria actos incriminatórios, silencios culposos, flirteos contra natura con la banca, cohabitaciones insolidárias y un larguísimo etcétera de situaciones que, los sindicatos de clase se han visto envueltos o actos que han cometido durante los largos años de Gobierno del PSOE. Puedo entenderles en la creencia de que defendían lo “suyo”.Cuando digo, “suyo”, no me refiero a los intereses de sus afiliados, ni de los trabajadores. Me refiero a lo “suyo” propio. Su sueldo, sus comisiones, sus subvenciones, sus bonus, su estar “liberado, su status en la sociedad. Puedo llegara a entender que sean egoístas como cualquier hijo de vecino y que, bajo su fachada solidaria, se esconda, cual lobo fiero, la más cínica postura. Puedo llegara entenderlo(aunque no lo comparta) y a pensar que quieran olvidarlo.
Lo que no voy a entender, por mucho que me lo expliquen, es el poder que ejercen en un determinado tipo de personas a las que, se les haya hecho lo que se les haya hecho, por la simple y anodina tema de distinguir entre una supuesta derecha y una supuesta izquierda, olvidan también esos detalles y actitudes que los sindicatos han perpetrado durante años. Es como si la palabra, izquierda o sindicato, abduciera mentes y conciencias convirtiendo a ciudadanos en meros “hombres grises”, que obedientes a la orden, marchasen en formación uniforme y palabrería imbuida. La imaginación de Aldous Huxley nunca hubiese pensado que su “Mundo Feliz” fuera posible. Que la ciencia-ficción pudiera ser tan real.
Ayer, día de huelga, huelga que yo no quería hacer por convicción. Ejercí mi libertad en inocentes actividades cotidianas, que no por serlo, dejan de tener un carácter imperiosamente ineludible. Las calles de mi Madrid bullían como cualquier otro día, los comercios estaban abiertos, había tráfico en las calles, autobuses, taxis, niños que marchaban hacia el colegio. Un día a todas luces, normal.
Acabando mis obligaciones, me acerqué a un gran centro comercial para comprar el pan. El pan de mi casa, el que comerían mis hijos y mi marido. El que pago con mi dinero, dinero que nadie me regala y por el que pago mis correspondientes impuestos. Impuestos con los que pagan a los sindicatos y sus subvenciones.
No tuve ningún problema para entrar en el centro comercial, compré mi pan y rápido(eran las 14,30)me dirigí a la caja. Estándo esperándo, oí unos pitidos y un murmullo en la calle. –Serán los manifestantes-. Pensé. En efecto. Al salir, había como unas 100 personas, casi todo hombres, cerrando el paso del centro comercial. Ni dejaban entrar ni salir. Reían mientras lanzaba soflamas y pitaban. Lo pasaban bien, creo.
Mi sentido de libertad, aquello que me enseñaron mis padres y mi colegio, más tarde la universidad y los libros que he leído, me incitaron a salir. Salir entre el piquete “informativo”.
Los sindicalistas, en un derroche de hombría y educación, acercaban sus caras a la mía, rodeándome, me gritaban, insultaban. ¡Sinvergüenza!¡Hija de p…!
Con el pan entre mis brazos, como si de un niño se tratase, crucé aquél Rubicón inhóspito y soez.-Alea iacta est-. Me dije, dispuesta  a recibir un bofetón o un escupitajo. Y con la frente alta les espeté.-¡Libertad!¡Libertad…! -Y seguí andando.
No miré hacia atrás, no recibí ningún golpe físico, solo el aliento caliente, acre y pastoso de aquellos que se acercaron más en su intento intimidatorio, y el roce de sus ropas contra las mías.
Seguí andando y mientras aún les oía vociferar contra mi, mascullé.-Cobardes. Atajo de cobardes, que os atrevéis con una mujer sola. Cobardes.
Llegué a mi casa y me lavé la melena. Con gente de este tipo hay que pensar en todo. Sobre todo, pensar mal, pensar fatal, que seguro aciertas.
            

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